Lo que un hombre es, lo medimos por lo que piensa y por lo que hace. Sin duda, el pensamiento es una función superior y depende del alma pues en ella se origina. Sabemos que hay dos tipos de pensamientos: buenos y malos.
Llamo aquí pensamiento, al movimiento de atracción hacia lo que la persona siente como bueno y malo; es una invitación al bien o al mal. A medida que crecemos en el espíritu, es mayor el porcentaje de los buenos pensamientos sobre los malos. Vamos a explicar este fenómeno.
En el principio antes del pecado original, debían existir solamente los buenos pensamientos. Debido a que lo que transmite el espíritu del hombre en comunión directa con el Espíritu de Dios se manifestaría directamente.
Pero al desobedecer a Dios, entró el desorden en las tendencias primarias. Debe haber sido tan terrible para el primer hombre y la primera mujer perder lo que tenían como regalo; descender y no tener la misma comunicación con Dios como al principio.
Como vimos, allí se ancla la enfermedad (como herencia biológica y psicológica), que, como sabemos, antes del pecado original no existía; como a.si tampoco el dolor, el sufrimiento y la muerte tal como lo vivimos hoy. Todo esto es fruto de la desobediencia nuestra.
Entonces, el buen pensamiento del Buen Espíritu.
¿De donde vienen los malos pensamientos?
Estos vienen de nuestro propio desorden interior, excitado a veces por las tentaciones exteriores. Ya que estos malos pensamientos surgen sin que los busquemos, ellos no son voluntarios.
Concretamente lo que sugiero, en primera instancia decir en nuestra mente: “JESÚS, JESÚS, JESÚS”, y no dialogar con ellos. En definitiva no dialogar con la tentación, de afuera o de adentro, pues siempre proviene del mal espíritu. Y aún en medio de esa maraña de malos pensamientos y de malos deseos continuar con la oración y sacramentos.
Pongamos un ejemplo concreto: Si Usted hace diez años que dejó de beber por haber sido alcohólico y tiene la tentación de volver a tomar una copita para brindar (“Después de tanto tiempo que me puede hacer”), no tenga la menor duda de que en ese diálogo pierde siempre. Tenemos que hacer lo que hizo Jesús cuando fue tentado, en ningún momento dialogó con Satanás, a pesar de lo que le ofrecía. (Lc 4, 1-13) (Mt4, 1-11).
No he observado ningún hombre de oración, de sacramentos, de meditación de la Palabra, de obras de servicio al hermano necesitado, que tenga malos pensamientos en forma permanente.
Si he visto que los que padecen de “malos pensamientos” al acercarse e ir viviendo en el Señor, los cambien, por buenos y puros. La pureza total nunca se conseguirá: la tuvo MARÍA por estar exenta de pecado original.
De lo anterior se desprende que pensamientos buenos o malos dependen de la Gracia de Dios; no de mí ni de mi esfuerzo personal (sacármelo de la cabeza). Si depende de mi pedir la Gracia y poner mi esfuerzo personal para perseverar en el camino.
Los malos pensamientos, no son pecado! No puede haber pecado su no hubo voluntad de pecar. Es muy distinto si me deleito con pensamientos no santos y no hago nada para dejar de estar en esa situación. Esto sí es pecado.
En Conclusión:
El mal pensamiento es fruto del mal espíritu, ya sea que venga de afuera a través de la tentación y que me haga pensar de esa manera, o cómo producto de mis desórdenes inconscientes que se ponen en funcionamiento también por la tentación. Tengamos presente que Jesús, al no tener desórdenes en sus tendencias primarias no fue tentado interiormente, por lo tanto no pudo haber tenido malos pensamientos.
Conociendo el origen de ese desorden, pidamos al Señor la Gracia de ordenar esas tendencias viciosas, por medio de las virtudes y dones de santificación (Gal5, 22-23; Ef 6,13-18; Col1,9-11).